racismo

Yo tampoco confío en la policía

En Colombia, han querido llamar manzanas podridas a los agentes de policía que cometen actos de abuso de poder y autoridad en contra de la ciudadanía. Los agentes de policía acusados de violentar sexualmente a mujeres en marchas o de quitarle la vida a niños y adolescentes negrxs en barrios empobrecidos de la ciudad de Cartagena o Cali no podrían ser manzanas podridas, más bien son el fruto de una institución creada para aislar y controlar a la población, especialmente a la población negra.  La Policía, una institución que surgió hace menos de dos siglos, se origina para controlar cuerpos disidentes de la normatividad: personas negras, afro, indígenas, LGBTQ+, etc. Esta institución basa su origen en la falsa dicotomía de “buenos y malos”. Los buenos, por supuesto: personas heteronormadas, clase alta, privilegiadas hasta los tuétanos, las cuales sostienen el status quo, que además les favorece por el simple hecho de existir. Por el otro lado, “lxs nadie”, nosotres: personas con diverso origen étnico-racial, disidencias sexo-género, empobrecidas, trabajadores de la economía popular, mujeres, jóvenes, todxs arrastradxs en un sistema pensado desde sus inicios para borrarnos. “La vigilancia policial durante la época de las colonias americanas no solía tener el objetivo de controlar la delincuencia, sino más bien el de mantener el orden social racial, asegurar una mano de obra estable y proteger los intereses de propiedad de la clase privilegiada blanca. Las patrullas de esclavos fueron unas de las primeras organizaciones de vigilancia pública que se formaron en las colonias americanas. Dicho de otro modo, la supremacía blanca fue la ley que estos primeros oficiales juraron hacer cumplir1. Por eso, cuando son las 7:30 A.M de un domingo cualquiera en Cartagena y me dispongo a tomar mis cosas para ir a la playa que, paradójicamente, solo visito dos veces al año pienso siempre en mis posibilidades de volver por las realidades que me atraviesan como mujer, que van desde la alta exposición a acoso, violencia sexual hasta saberme sola en una ciudad que a duras penas habito y que quien dice cuidarme puede convertirse en mi victimario.  Al subirme al bus, el paisaje de la ciudad -a veces tan repetitivo- me inunda.  Veo, mientras avanza el transporte, cómo ese paisaje se transforma y la pobreza extrema se ve de frente con la imponencia de edificios blancos con ventanas azules que ven al mar. El semáforo cambia, miro a una señora comadreando con otra vendedora bajo el palito de caucho. Mi sonrisa espontánea va borrándose al ver las vallas tan disruptivas que entorpecen la grandeza de la Torre del Reloj. Volteo la mirada y logro ver unos auxiliares de la Policía Nacional haciendo guardia, mientras otros patrulleros pasan a toda velocidad. Al percibir mi intranquilidad, pienso, ¿es normal la presión que siento al ver agentes de una institución hecha -según ellxs- para la protección de la ciudadanía? La respuesta es sí. Hay un patrón que trasciende mi experiencia individual, y más bien se conecta con uno histórico y estructural.  La policía y también otras autoridades públicas del Estado se han encargado de hacernos creer que se trata de comportamientos aislados y errores individuales, pero estos casos de abuso y violencia por parte de la policía tienen raíces históricas profundas y que tienen relación directa con cómo se ha entendido la identidad de las personas y cómo a partir de ella se les perfila, criminaliza y violenta. Existe una relación perversa entre el abuso policial y el racismo y la discriminación en relación con las violencias que se ejercen contra personas negras, afrocolombianas, indígenas y disidentes de género o con orientaciones sexuales diversas. ¿Cuándo el Estado se hará responsable por las tantísimas vivencias que experimentamos las personas negras afrodescendientes, indígenas, disidentes, al toparnos con un agente de policía y temer por nuestra vida o nuestra seguridad? Sobre esto, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) “ya ha sostenido que la población afrodescendiente en las Américas es más susceptible de ser sospechosa de cometer crímenes, perseguida por la policía, procesada y condenada, en comparación con el resto de la población”2. En contraposición, el discurso que se ha mantenido y tomado fuerza para no cuestionar desde adentro los vínculos ya mencionados entre la fuerza pública y el racismo sistémico, para ocultar su base esencialmente racista, ha sido el de las manzanas podridas: definir que se trata de casos aislados, personas que no tenían la formación necesaria para ejercer este cargo, pero que para nada tiene que ver con la estructura racista que sostiene la misma institución. Es por esto que estas acciones se convierten en la consecuencia de un racismo que ha permeado dentro de la misma institución, como si no pudiéramos escapar de esa estructura y no hubiera ningún espacio para nosotrxs. Hace poco conocimos el caso de Luis Carlos Murillo, exintendente de la Inspección General de Policía Nacional de Colombia, quien denunció el racismo que vivió en esta institución durante más de 10 años3. Ayer se hizo viral un video donde un policía dice con claridad que “No confía en los negros”. No podríamos alcanzar a imaginar cuántos casos más de discriminación racial existen al interior de la policía, y aunque este es el más reciente, el 11 de octubre de 2022, quedó en firme la condena del caso de la expatrullera Angélica Cañizales que sufrió racismo dentro de la policía, por el cual sufrió parálisis facial e incluso, a raíz de lo ocurrido, intentó acabar con su vida. Insistimos, no es aislado, no son manzanas podridas, no es un caso y ya. Es importante entonces mencionar que, para 2022, según el Ministerio de Defensa, alrededor del 4% de las personas pertenecientes a la Policía Nacional pertenecen a la población afrodescendiente. Pero mucho más allá de las cifras y datos, se trata de nuestras vidas siempre expuestas a la discriminación y el riesgo que significa en una sociedad como esta, y en una institución tan racista como la policía, ser una persona negra afrodescendiente. Debemos, además, reiterar que lejos de lo …

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“Fue un acto racista”: Juan Ramón Camarillo, hombre afro agredido por funcionario de Migración Colombia en el aeropuerto El Dorado

El doctor en ingeniería fue enfático al señalar que también fue víctima de perfilamiento racial: “Por mi color de piel la persona no me vio como un igual”.  Juan Ramón Camarillo Peñaranda regresó a Colombia a finales del año pasado con un único objetivo: abrazar a su hijo. El ingeniero electricista y doctor en ingeniería de la Universidad de los Andes, hizo una pausa en sus estudios de posdoctorado en la Universidad Federal de Río de Janeiro, en Brasil, para pasar las fiestas de fin de año con su familia, después de casi un año de estar alejado de su entorno más cercano.  Nada salió como esperaba. El 24 de noviembre, tras arribar al país por el aeropuerto El Dorado (Bogotá), Juan Ramón fue víctima de violencia física y agresiones racistas por parte de Jaime Adolfo Sánchez,  un funcionario de Migración Colombia que, en un acto desmesurado de abuso de poder, atentó contra la humanidad del ingeniero después de que este le solicitó ayuda con la máquina de biometría que registra el ingreso de connacionales al país.  “Cuando me golpeó la primera vez, tuve la voluntad de responderle, pero no lo hice porque estoy seguro de que si yo hubiese golpeado ese señor ya estuviera preso en este momento”, confesó Juan Ramón en diálogo con ILEX Acción Jurídica. Además, fue enfático en señalar que también fue víctima de perfilamiento racial: “Por mi color de piel la persona no me vio como un igual. Su racismo lo llevó a pensar que me podía agredir y tratar como quisiera y por eso todo terminó en lo que terminó”.  ¿Cuál es su versión de los hechos? ¿Qué ocurrió exactamente tras su arribo al aeropuerto El Dorado? Llegué el día 24 de noviembre del 2022 a Colombia, específicamente al aeropuerto El Dorado. La idea era pasar el fin de año con mi familia después de un año de no estar con mi esposa y con mi hijo. Intento hacer el ingreso por medio de biometría y, bueno, la máquina no funcionaba. Le pedí ayuda al funcionario de Migración que me atendió en el aeropuerto y lo que recibí de su parte fue un trato racista.  Yo he sido víctima de racismo varias ocasiones en mi vida y uno no sabe cómo va a reaccionar cuando un hecho de estos ocurre.  En ese momento me alteré y comencé a responderle como me venía hablando esa persona. La situación  fue escalando hasta que el funcionario ya quería un enfrentamiento físico. Cuando me golpeó la primera vez, tuve la voluntad de responderle  pero no lo hice porque estoy seguro de que si hubiese golpeado ese señor, estaría preso en este momento. Hay personas a las que se le garantizan los derechos más que a otras, entonces,  decidí no responder. La respuesta a esa decisión fue que el funcionario me golpeó en una segunda oportunidad.  Cuando me golpeó la primera vez, tuve la voluntad de responderle  pero no lo hice porque estoy seguro de que si hubiese golpeado ese señor, estaría preso en este momento. ¿Cómo ha impactado este episodio su vida personal y profesional desde entonces? Después de lo ocurrido atravesé por un episodio de trastorno por estrés postraumático.  Sentía que todo el mundo me estaba mirando. Algunas personas se me acercaron en la calle para comprobar si efectivamente era yo el que había sido víctima de este caso de racismo que se volvió viral. Sin embargo, no voy a permitir que ese suceso me marque o modifique mi vida profesional. Yo sigo en lo mío, investigando, haciendo mi posdoctorado en Brasil y tratando de hacer las cosas como mejor las puedo hacer.  En distintos medios usted ha calificado lo que le sucedió como un acto racista, ¿por qué considera que fue así?  Yo he sufrido perfilamiento por la policía desde que tengo cédula, prácticamente. Y sí, lo que ocurrió en el aeropuerto fue un acto racista, hubo perfilamiento racial. Cuando le entregué el pasaporte al funcionario de Migración Colombia le informé, en un tono normal, que las máquinas no me estaban permitiendo el ingreso por biometría. Entonces, él procedió a gritarme y a responderme de forma grosera. Al final lo que creo es que por mi color de piel la persona no me vio como un igual. Su racismo lo llevó a pensar que me podía agredir y tratar como quisiera y por eso todo terminó en lo que terminó.  En el video que circuló por redes sociales se evidencia que los otros funcionarios que estaban en el lugar tampoco hicieron nada para protegerlo de las agresiones físicas y verbales de los que fue víctima. ¿Usted considera que esto también estaría ligado al hecho de que estas formas de perfilamiento racial permean todas las instituciones del país? Recuerdo que en ese momento, después de la primera agresión, había unas tres o cuatro personas de Migración Colombia rodeándome, limitando mis movimientos, mientras que el agresor estaba libre. Hubo fallas de todos los funcionarios que estaban ahí  en ese momento. Es decir, ¿cómo permiten que se repita la agresión? Digamos que no tenían cómo prever el primer golpe, pero el segundo sí.   Otra cosa grave que pasó y no se ve en los videos es que antes de entrar al cuarto en donde iba a poner la queja, el agresor se acercó a mí una tercera vez. Y se acercó bastante. Supongo que lo que él quería era que yo le pegara para tratar de equilibrar la situación, pero yo no le seguí el juego.  Los funcionarios de Migración Colombia tampoco detuvieron al agresor tras los ataques, ni lo apartaron de la sala a la que usted fue conducido para reportar la queja, afectando así la confianza en el debido proceso y vulnerando su derecho a recibir justicia. ¿Cómo considera que ha sido el accionar de la entidad durante este proceso?  Una vez entré al cuarto, los funcionarios de Migración Colombia me dejaron esperando unos 30 o 40 minutos porque no tenían claro cuál era el procedimiento en …

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Cristobal Colón y los 530 años del holocausto indígena en Abya Yala (América)

Cristóbal Colón, un viejo navegante italiano del Mediterráneo que ya había sido atacado por piratas, partió de las islas Canarias el 8 de septiembre, y llegó a una isla en el occidente del Atlántico el día 12 de octubre de 1492.  Agotado, el “héroe” colonial* escribió en su diario que finalmente había llegado a las islas del Asia oriental, cerca de “Cipango” (Japón):   “Vuestras Altezas (los reyes Católicos de España), como católicos y cristianos y príncipes amadores de la santa fe cristiana […], y enemigos de la secta de Mahoma […], pensaron enviarme a mí, Cristóbal Colón, a dichas partes de India, para ver los dichos príncipes, y los pueblos y las tierras y la disposición de ellas. y de todo. y la manera que se pudiera tener para la conversión dellos a nuestra santa fe”, se lee en la versión de Bartolomé de las Casas del Diario del primer y tercer viaje de Cristóbal Colón. Durante el primer siglo de la “Europa Latina”, las enfermedades que desembarcaron con los colonizadores y el sistema esclavista gestaron el exterminio de más del 90% de la población originaria de todo Abya Yala.  Este fue el segundo periodo más mortífero de la historia de la humanidad en proporción a la población mundial, tan solo superado por la Segunda Guerra Mundial. La historia de la barbarie ha sido históricamente invisibilizada. Poco se habla de las minas de plata de Potosí (hoy Bolivia) en donde fueron aniquiladas millones de personas indígenas (“cuerpos de extracción”), explotadas, envenenadas y calcinadas por los europeos.  Tampoco es casualidad que los libros de historia en las escuelas oculten lo que fue el genocidio de Tóxcatl, en México, en 1520; o el magnicidio del Inca Athahuallpa, y miles de personas indígenas que lo acompañaban en Cajamarca, Perú, en mayo de 1533.  Durante la “asimilación” colonial, católicos y protestantes, argumentando que tenían la “única religión verdadera”, despojaron a estas comunidades indígenas de sus dioses y de su humanidad y orquestaron una empresa de aculturación de consecuencias inconmensurables: “Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llamaban cristianas en todas las partes del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar no encuentran antecedentes en ninguna época de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella sea”, escribió el inglés William Howitt, en 1838. Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llamaban cristianas en todas las partes del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar no encuentran antecedentes en ninguna época de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella sea Varios siglos después, en los relatos de los estados americanos sobre la nación, los pueblos indígenas siguieron siendo descritos como “bárbaros, no modernos e incivilizados”, y las comunidades negras como “inexistentes” o, en el mejor de los casos, como “una extensión de lo indígena”. Las conmemoraciones por el 12 de octubre son otra oportunidad para reiterar al Estado colombiano su obligación de implementar medidas que promuevan el reconocimiento, perdón y reparación histórica en favor de los pueblos índigenas, comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras.  Las reparaciones históricas son necesarias para resarcir los impactos de un legado colonial que, como denunció Frantz Fanon, distorsionó, desfiguró y destruyó el pasado y saberes ancestrales de las poblaciones oprimidas, gestando así un “epistemicidio masivo”.  Manuel Zapata Olivella describió así este episodio de barbarie en las Claves Mágicas de América (2020):  “​​La mente asustada trata siempre de imaginar que el genocidio contra la etnia indígena de América pertenece a un pasado superado. Infortunadamente el miedo, como en el caso del avestruz, no destruye la realidad. Los sobrevivientes de los pocos grupos aborígenes que aún quedan en América están amenazados de muerte en todas partes”.

El estremecedor relato de una médica víctima de racismo en un hospital de Cali

*Esta denuncia fue recibida por medio de las plataformas de contacto de ILEX Acción Jurídica. Compartimos este testimonio con la autorización de la víctima. “El paciente ingresó al hospital alrededor de las tres de la mañana. Tenía una herida en la mano derecha que necesitaba ser suturada y que al parecer había sido realizada con una navaja. Cuando ingresó al consultorio realizó gestos ofensivos y respondió todas las preguntas de la historia clínica de una forma grosera. Supuse que no quería que lo atendiera una médica negra  como yo. Cuando le estaba realizando la sutura de la herida, el señor se alteró y me dijo que lo estaba atendiendo de forma “horrible”. En cierto punto percibí que estaba dispuesto a pegarme, a agredirme físicamente. Cuando el vigilante del hospital le llamó la atención, el paciente respondió: “¿Qué es lo que estás diciendo negro inmundo?”. Después de escuchar ese insulto, le dije al vigilante que sacara al paciente del consultorio porque no iba a tolerar sus comentarios racistas. El señor aseguró que yo era una “loca” porque no quería atenderlo, a lo que respondí que así como él tiene sus derechos, también tiene deberes como paciente, entre ellos, respetar al personal de la salud. Finalmente, el paciente fue atendido por otra doctora de la institución.  Días después me citaron para revisar el caso de ese paciente. El señor interpuso una queja verbal en la gerencia del hospital en la que aseguró que el vigilante, el camillero y yo (todos afrodescendientes) lo atendimos de forma “horrible”.  La coordinadora del hospital revisó las anotaciones que yo había hecho en la historia clínica, leyó los relatos de las personas que presenciaron el hecho y aseguraron que el paciente fue grosero y que estaba con una actitud hostil  desde que ingresó. Esta experiencia fue muy dolorosa. Las médicas negras estamos expuestas a muchas situaciones de racismo por parte de  pacientes, colegas y profesores. Las personas ven nuestro color de piel y creen que somos enfermeras, auxiliares, camilleras, pero nunca médicas. Genera mucha impotencia tener que atender todos los días a pacientes racistas que nos tratan de forma despectiva y nos insultan solo por nuestro color de piel. Si has sido víctima de racismo y quieres reportar tu caso para recibir acompañamiento, coméntanos tu caso haciendo clic en el  botón denuncia. 

De pe a pa: 5 conceptos para entender cómo opera el racismo en Colombia

¿Qué es la raza?  La raza es una construcción social, una categoría que describe la jerarquización social de acuerdo con características como el fenotipo o la apariencia física, el linaje o la descendencia, e incluso factores culturales, como la etnia o la religión. ¿Qué es el racismo? El racismo es normalmente conceptualizado como una ideología que afirma que los seres humanos pueden ser clasificados en «razas» de acuerdo con factores biológicos o culturales. Esta idea sostiene que existen «razas» superiores e inferiores y aduce que las «razas superiores» tienen el derecho a subyugar a aquellas consideradas inferiores. Igualmente, el racismo incluye posturas ideológicas que defienden la separación de «las razas» como una forma de mantener su «pureza». ¿Qué es discriminación racial?  La expresión «discriminación racial» denota toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública (Artículo 1 –  Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial). ¿Qué es Racismo estructural?  La discriminación estructural es el conjunto de normas, reglas, rutinas, patrones, actitudes y estándares de comportamiento, tanto de jure como de facto, que dan lugar a una situación de exclusión hacia un grupo de personas en un sentido generalizado, que se perpetúa en el tiempo. La discriminación estructural se refleja en la mentalidad colectiva y en los estereotipos y prejuicios continuos (CIDH / IACHR. ¿Qué es Racismo institucional?  El concepto del racismo sistémico contra los africanos y los afrodescendientes, incluso en lo que se refiere al racismo estructural e institucional, se entiende como la operación de un complejo, interrelacionado sistema de leyes, políticas, prácticas y actitudes en las instituciones del Estado, el sector privado y estructuras sociales que, combinadas, resultan en directa o indirecta, intencional o no intencional, de discriminación, distinción, exclusión, restricción o preferencia de jure o de facto sobre la base de raza, color, ascendencia u origen nacional o étnico (ONU).