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Cristóbal Colón, un viejo navegante italiano del Mediterráneo que ya había sido atacado por piratas, partió de las islas Canarias el 8 de septiembre, y llegó a una isla en el occidente del Atlántico el día 12 de octubre de 1492. 

Agotado, el “héroe” colonial* escribió en su diario que finalmente había llegado a las islas del Asia oriental, cerca de “Cipango” (Japón):  

“Vuestras Altezas (los reyes Católicos de España), como católicos y cristianos y príncipes amadores de la santa fe cristiana […], y enemigos de la secta de Mahoma […], pensaron enviarme a mí, Cristóbal Colón, a dichas partes de India, para ver los dichos príncipes, y los pueblos y las tierras y la disposición de ellas. y de todo. y la manera que se pudiera tener para la conversión dellos a nuestra santa fe”, se lee en la versión de Bartolomé de las Casas del Diario del primer y tercer viaje de Cristóbal Colón.

Durante el primer siglo de la “Europa Latina”, las enfermedades que desembarcaron con los colonizadores y el sistema esclavista gestaron el exterminio de más del 90% de la población originaria de todo Abya Yala.  Este fue el segundo periodo más mortífero de la historia de la humanidad en proporción a la población mundial, tan solo superado por la Segunda Guerra Mundial.

La historia de la barbarie ha sido históricamente invisibilizada. Poco se habla de las minas de plata de Potosí (hoy Bolivia) en donde fueron aniquiladas millones de personas indígenas (“cuerpos de extracción”), explotadas, envenenadas y calcinadas por los europeos.  Tampoco es casualidad que los libros de historia en las escuelas oculten lo que fue el genocidio de Tóxcatl, en México, en 1520; o el magnicidio del Inca Athahuallpa, y miles de personas indígenas que lo acompañaban en Cajamarca, Perú, en mayo de 1533. 

Durante la “asimilación” colonial, católicos y protestantes, argumentando que tenían la “única religión verdadera”, despojaron a estas comunidades indígenas de sus dioses y de su humanidad y orquestaron una empresa de aculturación de consecuencias inconmensurables: “Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llamaban cristianas en todas las partes del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar no encuentran antecedentes en ninguna época de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella sea”, escribió el inglés William Howitt, en 1838.

Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llamaban cristianas en todas las partes del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar no encuentran antecedentes en ninguna época de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella sea

Varios siglos después, en los relatos de los estados americanos sobre la nación, los pueblos indígenas siguieron siendo descritos como “bárbaros, no modernos e incivilizados”, y las comunidades negras como “inexistentes” o, en el mejor de los casos, como “una extensión de lo indígena”.

Las conmemoraciones por el 12 de octubre son otra oportunidad para reiterar al Estado colombiano su obligación de implementar medidas que promuevan el reconocimiento, perdón y reparación histórica en favor de los pueblos índigenas, comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras. 

Las reparaciones históricas son necesarias para resarcir los impactos de un legado colonial que, como denunció Frantz Fanon, distorsionó, desfiguró y destruyó el pasado y saberes ancestrales de las poblaciones oprimidas, gestando así un “epistemicidio masivo”. 

Manuel Zapata Olivella describió así este episodio de barbarie en las Claves Mágicas de América (2020): 

“​​La mente asustada trata siempre de imaginar que el genocidio contra la etnia indígena de América pertenece a un pasado superado. Infortunadamente el miedo, como en el caso del avestruz, no destruye la realidad. Los sobrevivientes de los pocos grupos aborígenes que aún quedan en América están amenazados de muerte en todas partes”.

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