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*Testimonio de un hombre afrodescendiente víctima del conflicto armado en El Piñal, Meta. Tomado del tomo Cuando los pájaros no cantaban, del Informe Final de la Comisión de la Verdad.

Puedo decirle que en esa guerra la raza que más se vio afectada fue la raza negra. Nosotrosllegamos a Piñal, éramos ocho muchachos, ocho personas. Todos negros. En la época en quellegamos, Camerún había sido campeón. Tonces ya la gente conocía el poderío del fútbol africano en el territorio. Un día nos invitaron a jugar fútbol, y cuando nosotros nos dimos cuenta, ya nos decían «la selección de Camerún». Éramos la verraquera en El Piñal.


Empieza a llegar mucho negro al territorio, muchísimo. La mayoría era del Pacífico, que se había asentado en Cali durante muchos años. Cuando llegamos nosotros hacía un verano… y no se conseguía trabajo. Empecé a investigar y me dijo un negro al que le decían el Palomo: «Paisano, venga que le voy a contar algo. Con los negritos es delicado por aquí. Nadie quiere a los negros. Yo no he tenido problemas. Al principio fue muy duro. Tenga muchísimo cuidado porque a ustedes ya los tienen investigados. Andan detrás de ustedes a ver dónde se descachan. Sepan lo que dicen, lo que hablan». Inmediatamente reuní a los muchachos: «Muchachos, tienen que tener mucho cuidado porque no conocemos a nadie y no sabemos quién es el que manda». Luego supimos que eran las FARC.


Los guerrilleros andaban de civil. Por su racismo inventaban cualquier cosa y aparecía un negro muerto. Al que le daba gana de matar un negro lo hacía y nadie le decía nada. Fuimos aprendiendo a vivir en ese territorio. Fui conociendo mucha gente, me fui empoderando, llenando de amigos. Los comerciantes grandes del pueblo me fueron conociendo.

Me empezó a ir muy bien en mi negocio, gracias a Dios. Pero comenzaron a llegar más gentes, mucho raspa. Encontraba usted gente que tenía 70 negros trabajando en la finca. Había un tipo al que le decían «el Patrón de los Negros». Ese señor le daba trabajo en su finca, en la vereda Gorgona, a todo negro que llegaba. En las otras partes era difícil conseguir trabajo. Cualquier negro que medio la embarrara porái lo amarraban, lo sacaban, lo mataban. Eso era muy delicado. Uno tenía que andar es a lo bien, como quien dice, con toda la aliniatura. A veces los patrones se inventaban cualquier cosa para no pagar.«¡Váyase, negro triplehijueputa!». Y cuando el negro empezaba a reclamar, llegaba un miliciano que se lo llevaba. Ya era un desaparecido.

Uno mantenía con ese temor y ese dolor por escuchar esa represión tan grande. Un día hubo una balacera muy inmensa. Duró toda la mañana. Empezó como a las cinco de la mañana, hacia el lado de la sabana. Esa bala no paraba de sonar. Era un enfrentamiento del Frente 27 con los paramilitares que se venían metiendo por esos sectores. Fue una pelea que duró como una semana.

Hubieron muchas bajas de la guerrilla. Lo malo de esa pelea fue que, supuestamente, habían unos negros muy grandes a los que no les entraba la bala, y esos eran los que más bajas le daban a las FARC. Los milicianos empiezan a mirar a todo negro como objetivo militar. Para ellos, un negro era desconocido, un infiltrado, el perezoso, el ladrón o alguna cosa. Era lo malo en todos los sentidos. Los muchachos con los que llegué, ya con platica en el bolsillo, cogieron pa los pasajes para irse. Ahí se acabó ya el grupo que con el que andaba. Empezaron fue a dentrar otros negros de otra parte que uno no conocía. Del Valle, de todas partes. Dentraron unos que les decían Los Vallunos, y esos manes empezaron a calentar El Piñal. Se empezaron a perder televisores, a atracar a los borrachos. No sé quién dijo: «Son los negros», y ahí sí se intensificó la matazón de negros.

Cuando terminó la pelea con los paramilitares, todo negro se volvió un objetivo militar. Nos dijeron que teníamos que irnos, nos decían: «El señor Alberto Pitufo mató 20 negros en un solo día». Uno se acostumbró a escuchar: «Ayer mataron tres, cuatro negros». «Ahorita están recogiendo los negros y Pitufo cargó tres buses y los mandó a botar en Villavicencio». «Este domingo recogió otros dos buses y los llenó, y le pagó al chofer para que los botara en Villavicencio. Porque ningún negro puede quedarse si un patrón no responde por él». Esas eran las órdenes.

Masivamente mataron negros por aquí. El Frente 27 de las FARC. Toda esa gente era civil. Hacían fosas comunes. Lo
primero que hacían los negros cuando los capturaban era su propio hueco. Allá quedaron. Sucedían esas cosas y usted tenía que olvidarlas. Eran temas que no podía volver a tocar. Usté no podía preguntar: «¿Verdá que mataron a tal fulano?». Nadie le contestaba. «¿Será que mataron a…?, ¿cómo lo mataron?». Nadie decía nada. Era la ley del silencio.


Mi hijo salió de este territorio, se fue a Nariño. Allá también las FARC tenían un frente. Mi hijo estuvo un tiempo en el pueblo, empezó a trabajar en el río Satinga, donde estaba mi madre. Una vez tuvo un problema con un muchacho en el río. Ahí empezaron las rencillas y un día cualquiera vinieron, lo cogieron y se lo llevaron. Se lo llevaron a él y a otros dos adonde tenían sus campamentos, por allá a orilla del mar. Y no apareció. No apareció. Yo busqué y busqué, y él nunca
volvió más. No se podía denunciar allá en la Personería porque era peligroso. Entonces tocó denunciar por acá. Nos pusimos en contacto con la Cruz Roja Internacional y lo metieron en su grupo de desaparecidos. Y sí, confirmaron que había sido muerto en El Bajito. Hace tres días tuve la llegada de la Cruz Roja. Vinieron con la psicóloga y me confirmaron la muerte de mi hijo.

Yo fui desplazado en esa época, en el 2003. En el sector de La Cacharrería, como a las dos de la tarde, me llama Gavilán, un guerrillero, y me dice: «Te doy doce horas para que te desaparezcas de aquí, negro, porque tú eras amigo de esos otros y también eres un paramilitar. Hace días te vengo haciendo seguimiento». Otra persona me dijo: «Vea, allá está el comandante, el segundo del comandante del frente». Entonces fui y hablé con aquel, y me dijo: «¿A usté qué le pasa, negro? Yo le podría decir con mucho gusto que se quedara, pero mañana me doy la vuelta y cuando me dé cuenta fue que desaparecieron al negro, y eso me dolería mucho. Yo no puedo andar detrás de ese muchacho porque es el alcahuete del camarada Efrén. Él hace lo que le da la gana. ¿Para qué le digo que se quede? Le creo, pero él le está dando la oportunidá de vida. Él es el que manda aquí. Así que váyase». Entonces me fui. A esa misma hora arreglé. En siete lonas, de esas que tienen rayas, metí mis cositas. Me conseguí un campero que me llevó a Vistahermosa. Al otro día monté mis cosas en La Macarena y me fui para Villavicencio.

Allá estuve sufriéndola y todas esas cosas. Uno está acostumbrado a vivir en una economía diferente, a estar comiendo. Un día me invitaron a una fiesta en Puerto Toledo, que si yo quería ir con mis artesanías. Saqué el permiso y armé mis artesanías. Las ventas fueron espectaculares. El río estaba crecido y venían dos voladoras cargadas de guerrilla. Me paré en el puerto a mirar. Ya había armado mi puesto, estaba a oscuras. Andaba pidiendo que alguien me diera luz. Y claro, nadie me daba nada por negro. Eso era difícil. Se van bajando esos guerrilleros, y vino uno que me dijo: «Hola, negro, huevón, ¿tú por aquí?». Yo me asusté. «Acabé de llegar», le dije. «Más rato nos tomamos algo», me dijo y se fue. Pensé que me había confundido. Él era moreno, medio acuerpado y andaba mejor vestido que todos los otros. Tenía un fusilito bonito con mira.

En Puerto Toledo había un miliciano que me andaba siguiendo, yo creo. Después de saludar al otro se me acercó y me dijo: «Hola, negro huevón. No sabía que era amigo de John 40». Por ahí yo había oído nombrar a John 40, que era el comandante de ese Frente. Me quedé callado y luego le digo: «Pa que usté vea». Arreglé mi puesto y pensé: «Voy a irme por allá a ver si me vuelve a llamar».

Y sí. Apenas me vio, John 40 me dijo: «¡Negro! ¡Negro!, venga». Este tipo me está confundiendo con alguien, pensé. «Siéntate ahí, huevón», y ahí mismo me pasaron como medio vasado de whisky. Me quedé ahí sentado otro ratico. Me pasó otro trago, conversamos. Él se me quedó mirando firmemente y ya me dijo: «Este no es», y me fui tranquilo. Por esa conversación todo el mundo ya me saludaba, como que me conocía. «¡Hola, negro!, ¿qué más?». «¿Quieres luz, negro?». «Vea, dele luz ahí». Le puse bombillos a mi puestico y empezaron las ventas. De noche era cuando
más se vendía. Desde ese momento fui un negro que les cambió a blanco.

Yo volví a El Piñal como en el 2006. Ahí mismo me llamaron y me dijeron: «El negro buena persona». Efrén, uno de ellos, me miró de arriba abajo, pero no se metió conmigo. Pasaron los tiempos y conmigo no se volvió a meter nadie. Terminé prácticamente abogando por nosotros, después de ser víctima de todos ellos. Ahí me fui empoderando, seguí en este territorio.

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