Una cantante llama “King Kong” a una mujer negra candidata a la vicepresidencia en Colombia. Luego, el discurso de odio es difundido por medios de comunicación que presentan el agravio como la “polémica del día”, el “chisme político” que atrae clics y provoca risas en un país racista.
Las reacciones que vinieron después fueron incluso más desconcertantes. Como protesta ante la ofensa, algunos congresistas, periodistas y demás personas “aliadas” de la causa antirracista recurrieron a insulsas maniobras discursivas con las que evidenciaron su ignorancia sobre una práctica anclada al espíritu colonial de Occidente: la “simianización” de las personas afro.
Para entender los orígenes de este despropósito debemos adentrarnos en los mares del pasado colonial. A partir del siglo XVI, el proyecto esclavista europeo orquestó una serie de ilustraciones, libros y crónicas en las que se retrataba a las personas habitantes de África como “primates”, “salvajes e incivilizados”, sinónimos de “monstruosidad y barbarie”.
Estos imaginarios racistas se propagaron como plaga por Occidente. En 1816, la clasificación “científica” de las razas propuesta por el zoólogo francés Baron Georges Cuvier, en Reino Animal, expuso que mientras los “civilizados” caucásicos poseen una “hermosa forma de la cabeza, que se aproxima a un óvalo perfecto”, el “cráneo comprimido y nariz chata” asemeja a las personas de “raza negra” a una “tribu de micos”. Los postulados deshumanizantes de Cuvier dominaron durante más de un siglo los estudios de anatomía comparada en el mundo.
La trágica historia de Saartje Baartman también ilustra los horrores de este engranaje alienante. La esclavizada africana, de 1,37 metros de altura y nalgas protuberantes, fue llevada a Inglaterra en 1810 y exhibida en una jaula durante cinco años en Londres y París como una mujer “primitiva” e “incivilizada”. “Saartje fue asimilada al orden de lo natural y por lo tanto comparada con animales salvajes como el mono o el orangután; no con la cultura humana”, reflexiona Stuart Hall en Cultura y Representación (2016).
Para el siglo XX, la noción de que las personas afrodescendientes eran “similares a los simios” se había extendido por todo Occidente. Atletas, artistas y figuras políticas fueron representados como monos en caricaturas, y películas como King Kong jugaron con la metáfora del “negro-gorila” para narrar la historia de un animal (hombre afro) que, en su “salvajismo natural”, se levanta contra la civilización (blanca) y eventualmente tiene que ser cazado por su tecnología (de guerra). En este entramado, la protagonista de la cinta, representante de las mujeres que luchaban por su autonomía en aquella época, termina en los brazos de su varonil salvador blanco después de ser maltratada por la bestia.
“La deshumanización de los racializados se volvió una de las herramientas más usadas por las producciones que incluían el estereotipo del simio. La conexión entre esto y King Kong era obvia, no necesitaba sutileza analítica”, explica Stefanie Affeldt en su análisis semiótico de la pelicula estrenada en 1933, época en la que las denuncias de supuestas violaciones de mujeres blancas por parte de hombres afros inundaban los noticieros matutinos de Estados Unidos.
Pero la abogada y defensora de DD.HH, Francia Márquez, no ha sido la única figura política afro víctima de estos actos racistas en la historia reciente. Durante la campaña presidencial de Estados Unidos en 2008, hubo numerosas representaciones de Barack Obama y su familia como chimpancés o monos devorando bananos.
A pesar de que en la actualidad existe un rechazo tajante a esta forma de deshumanización, esta semana comprobamos que la “simianización” sigue siendo utilizada por campañas publicitarias, grupos supremacistas o personas que buscan desproveer de sus derechos a la población afro.
Las representaciones racistas no son un chiste. Nunca lo fueron. La discriminación racial es un delito que mata y nos impide construir sociedades más inclusivas, más humanas.