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En Colombia hay 22,6 millones de mujeres que lideran 14,2 millones de núcleos familiares. Esto es equivalente a que el 40.7% de los hogares los lidera una mujer según el Censo Nacional de Población y Vivienda del 2018. De este porcentaje el 47% que se autorreconoce dentro de un grupo étnico, residen en las zonas rurales del país y el 33.1% se consideran negras, mulatas, afrocolombianas o afrodescendientes.

Apropósito del 25 de julio, Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, es imprescindible reflexionar sobre la situación de estas mujeres en Colombia, sobre su aporte en la movilización de economías locales en las regiones con alta influencia étnica y en cómo han estructurado formas diferentes de vivir, donde la riqueza no está en la capacidad de acumular, sino en la capacidad de distribuir, en la capacidad de coexistir con las otras.  

Pese a que hablar de justicia economía en Colombia, claramente tiene unas variables de género, clase, etnia y orientación sexual, que determinan su crecimiento y presentan diferencias dependiendo de dónde y de quién vengan, a este punto de nuestra historia, es necesario reconocer que en Colombia las mujeres afrodescendientes han demostrado un doble poder.  Por un lado, su capacidad de impulsar los sistemas económicos locales en los distintos territorios, que, aunque aún no les permiten romper ciclos de pobreza, si les permite hacer resistencia económica y cultural dentro de los mismos. Y por otro, el poder de desafiar los estereotipos arraigados en una sociedad estructurada desde el racismo y la discriminación.

La invisibilización histórica de las mujeres afrodescendientes ha perpetuado una realidad de discriminación y exclusión. A menudo, se encuentran en desventaja tanto por su género como por su origen étnico, lo que se traduce en dificultades para acceder a la educación, el empleo y la salud. Esta situación se agrava en las zonas rurales y en comunidades afrodescendientes aisladas, donde los recursos y servicios básicos son escasos.  Generalmente las mujeres afrodescendientes son relacionadas principalmente, actividades como la docencia, agricultura, labores domésticas e incluso actividades sociales y culturales que, particularmente, son ejecutadas desde la voluntariedad y sin mucha remuneración.  No obstante, ellas han generado sin querer un modelo de prosperidad inclusiva   que va desde la transformación de recursos propios de la biodiversidad en los territorios, hasta llegar a las artesanías locales y culturales como medio de subsistencia. 

Sin embargo, como sociedad, erróneamente se nos ha enseñado que, en las manos de estas mujeres, la artesanía, la agricultura, el arte y la docencia no generan escenarios potenciales de desarrollo. Que productos como las cocadas del Pacífico y el Caribe, el dulce de leche del Valle del Cauca, el cacao en Tumaco y la producción de Viche no tiene el potencial suficiente para generar plataformas de un posible mercado de exportaciones para Colombia.   Pero lo cierto es que muchas familias se han sostenido desde estos sistemas, pese a las condiciones estructurales de desventajas en el acceso a recursos básicos de vida.  Por ejemplo, la concha o piangua es un bivalvo que tiene como hábitat los bosques de manglar del Chocó biogeográfico y también es una fuente de alimento de las comunidades del Pacífico sur colombiano, liderado por las mujeres en estos territorios, que representa un ingreso clave en los hogares, además de ser uno de los alimentos propio de los municipios que conforman el andén costero del Pacífico.   Otro ejemplo es que, pese a que las mujeres negras trabajan el concepto de cuidado desde la óptica de la familia extensa donde, ya sea en términos de salud, educación y economía, hay una ayuda mutua que viene de sus saberes ancestrales. El trabajo doméstico o trabajo del hogar remunerado es una actividad laboral que cuenta con muy poca valoración a nivel social, al igual que la remuneración económica y otros factores que enfrenta como la desprotección social y precariedad. No obstante, este ha sido fundamental para la sostenibilidad de los núcleos familiares afrodescendientes en Colombia. 

En esta fecha es necesario pensar que, en el caso de las mujeres afrocolombianas, negras raizales y palenqueras, hablar de autonomía económica no es solo una cuestión de derechos humanos. Es decir, de que las mujeres tienen derecho de participar en igualdad frente a los hombres en el mercado laboral y ser autosuficientes. Es un asunto de eficiencia económica en los territorios, tiene que ver con que las mujeres tengan, no solo ingresos propios, sino también la capacidad de generarlos de manera individual y colectiva y administrarlos por sí mismas. Y esto, de alguna manera, también tiene que ser asistido desde el Estado.   Hoy más que nunca, es necesario articular los emprendimientos desarrollados por las mujeres negras con cadenas productivas que les otorguen condiciones de generación y apropiación de valor agregado que les permitan ampliar sus niveles de acumulación y su poder de negociación individual y colectivo.

Por Audrey Mena. La autora es abogada con maestría de la Universidad de Notre Dame y doctora en derecho de la Universidad del Rosario, con experiencia en temas de derechos étnicos colectivos y derechos culturales. Actualmente es la subdirectora de ILEX Acción Jurídica.

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