Por: Sher Herrera
En el marco de la conmemoración del Día de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora que tiene lugar cada 25 de julio, si eres una persona que consume contenido sobre temas afro, seguro el algoritmo te ha bombardeado con miles de mensajes de empoderamiento sobre mujeres negras. En vista de que el exceso de mensajes e imágenes que promueven el empoderamiento –entendido no sólo las ideas recurrentes de que podemos con todo, sino como un problema individual– está tornándose nocivo para nosotras, hoy nos quiero dedicar estas letras para hacer un llamado al autocuidado y a los cuidados colectivos, y en especial, cuestionar nuestra obsesión por ir más allá de las expectativas para comprobar nuestra valía y tratar de encarnar el “mito de la minoría modelo”.
El “mito de la minoría modelo” consiste en la idea muy bien extendida por la supremacía blanca, de que existen “minorías” étnicas superiores a otras, dada su capacidad de adaptarse – aguantarse las imposiciones de las sociedades hegemónicas y más privilegiadas. Esta supuesta capacidad de adaptación está acompañada de otras técnicas de triangulación por parte del sistema en la jerarquía racial, literalmente para poner a competir a los grupos oprimidos y generar rivalidades, como por ejemplo, aplaudir una mayor capacidad de trabajo, disciplina y hasta afirmar una supuesta superioridad intelectual, como históricamente se ha dicho sobre las personas asiáticas, lo cual también ha causado mucho daño a esta comunidad en contextos como los Estados Unidos. Las mujeres negras, afrolatinas, afrocaribeñas y de la diáspora, nunca hemos sido reconocidas por el sistema capitalista como una “minoría modelo”, todo lo contrario. Es precisamente por eso que, creo, se ha convertido en una tremenda aspiración encarnar el mito o lograr entrar en el régimen de respetabilidad de la blanquitud como sistema.
Nos han empoderado diciendo que podemos con todo, que somos súper mujeres, que nuestras ancestras la tuvieron peor y que debemos estar agradecidas, ratificando creencias que nos deshumanizan. Y es precisamente, desde lo humanamente posible, no tenemos que poder con todo; podemos cometer errores sin que sea una apuesta todo o nada en cada aspecto de la vida. Esa gratitud frente a la idea de que puede ser peor, es una trampa. Para merecer una vida digna y con garantías de derechos, solo debemos ser humanas. ¿Somos humanas, el racismo, tal como lo ha explicado Fanon nos sigue sometiendo por debajo de la línea del no ser?. Decimos todo el tiempo “Quisiera tener la confianza de un hombre promedio, blanco y heterosexual” Ojalá lo logremos, porque lo merecemos. Disfrutar de nuestras comidas favoritas sin remordimiento, dormir hasta tarde un domingo y despertarnos sin culpa, trabajar y pedir ayuda si algo nos sobrepasa sin miedo a parecer insuficientes, sentirnos merecedoras de placer… etc, ojalá pueda ser nuestra gran aspiración, porque como dice una gran amiga “tanto sufrir pa uno morirse”.
Y no se confundan, no vengo a decir que no debemos poner nuestro mejor esfuerzo en cada proyecto y sentirnos orgullosas de los resultados, ya sea la preparación de una cena familiar, el proyecto de jardinería o las responsabilidades laborales, que en el mejor de los casos se dan en condiciones dignificadas y nuestras familias pueden apreciarlas, cosa que no es tampoco lo más común. Muchas mujeres negras se quedan con la sensación de que después de haber dado más allá de todo, sus familiares, sus jefes y sus parejas aún se muestran muy inconformes con los resultados y, abiertamente, en un ejercicio de triangulación sobrevaloran a otras personas por menos. Hay que creer en la meritocracia para pensar que sobreponernos a los sistemas de poder es una tarea y responsabilidad individual, que es cuestión de “creernos el cuentos”, de sentirnos bellas, de sentirnos fuertes, de sentir que podemos con todo, cuando en realidad son nuestros sentimientos son insignificantes para las estructuras, y cualquier cambio sobre ellas es posible solo desde la colectividad. Sin embargo, seguimos creyendo que es cuestión de “hacer más esfuerzos”. Hemos aceptado el injusto acuerdo de que para cumplir nuestras metas y aspiraciones debemos trabajar el doble que los hombres negros y que las mujeres blancas, y el triple que los hombres blancos sin quejarnos.
La razón para acogernos a estas presiones y tratar a toda costa de cumplir las expectativas sociales, es que ya sabemos que se siente que nos traten como inferiores y por eso, creemos que no podemos cometer errores, por más pequeños que puedan ser, que nos exponga al escrutinio y sirvan para comprobar los estigmas que la blanquitud ha impuesto sobre nuestras cuerpas. Esfuerzos que nunca son del todo valorados y devoran nuestra salud física y emocional. No es casualidad, ni mucho menos nuestra culpa actuar de esa manera. Respondemos humanamente a los estímulos externos de un sistema racista y capitalista que nos vende la falacia de la meritocracia, y nos desafía en todo momento a superar la ‘falla racial’.
Superar la falla de ser mujeres negras con la disposición infinita de sacrificarnos por los demás en labores de cuidado, con títulos académicos, con el respaldo científico de todo lo que decimos — porque todo lo que decimos será mirado bajo la lupa de la desconfianza—, entre muchos otros esfuerzos para no ser tratadas o enmarcadas en los estereotipos negativos históricamente impuestos sobre los cuerpos de las mujeres negras. Pero pareciera que nunca fuera suficiente ¿alguna vez has tenido la sensación de que te han descartado por estar “sobre calificada”? contradictoriamente en una sociedad que siempre pone en duda nuestras capacidades, desarrollar tantas cualidades y talentos pueda ser motivo de desconfianza, una amenaza y, por lo tanto, también un motivo más de ser descartada o excluidas.
Es como si no existiera una manera de escapar de la exclusión y el desdén. Algo muy triste de todo esto es que presionamos a otras mujeres y niñas negras para encajar en el modelo porque de no ser así por “su culpa” nos van a juzgar a todas las mujeres negras. Aquí es importante pensarse también en las construcciones e influencias de la culpa judeocristiana en nuestras sociedades coloniales y cómo bajo estos cf reproducimos estándares morales sobre nuestros vínculos cercanos. Esta lógica de exclusión para la explotación se recrudece cuando otras interseccionalidades atraviesan el cuerpo de las mujeres negras, como ser una mujer negra gorda, lesbiana, trans… Entre otras experiencias de vida que se salen de la normatividad colonial. Es como si gran parte de la lucha fuera demostrar en cada instante que merecemos los lugares que habitamos y que nuestra permanencia en los espacios es tan frágil que no hay cabida para cometer un error porque eso implica ratificar la deshumanización histórica de nuestros cuerpos y vidas. Y si a las mujeres blancas y blanco – mestizas les coge el burnout y les visita el síndrome del impostor de vez en cuando, para las mujeres de la diáspora africana, estos dos estados son un estilo de vida y eso tiene que cambiar.
A las presiones sociales impuestas y autoimpuestas, se le suman las ansiedades relacionadas a la precariedad en términos económicos. Las mujeres afrodescendientes muchas veces asumimos el rol de proveedoras en nuestras familias extensas, y si para cualquier humano esto haría mantener los niveles de cortisol en proporciones atmosféricas, a nosotras se nos suma el lidiar cotidianamente con las agresiones sexistas y racistas todos los días, reiterando que todo esto es como una bomba de tiempo para nuestra salud física, mental y emocional.
Digamos que es posible que logremos volver realidad el mito de la super mujer negra, trabajar de manera “incansable” a pesar de estar enfermas y lucir intachables. Aún así, nunca vamos a tener garantías de que en las lógicas del ámbito laboral nos despidan y nos replancen porque nadie es indispensable, y mucho menos una mujer negra en el sistema capitalista. Como toda resistencia a las estructuras que nos oprimen de manera individual nada podemos lograr, y con ese llamado a la conciencia quiero compartirles algunos tips de cuidado que me han servido mucho, sin ánimos de que también se conviertan en un régimen de “tareas” que cuando no logremos incorporar a nuestras agendas sean motivo de frustración.
Ir a terapia
Es todo un privilegio, una cita privada puede costar alrededor de $100.000 pesos colombianos y hasta para las que tenemos más ventajas nos resulta insostenible a largo aliento. Sin embargo, en situaciones delicadas vale la pena el esfuerzo. Considero que las personas negras hemos tenido muchas resistencia a la terapia, yo la tuve hasta que toqué fondo. Por eso desde mi experiencia debo decir lo importante que es que nuestra terapeuta sea una especialista que tenga un enfoque diferencial y mucha conciencia sobre los efectos del racismo sobre la salud mental.
Tener una red de apoyo
No podemos reemplazar la terapia con la conversación entre amigas, ni cargarles a ellas la responsabilidad de cuidarnos en momentos de crisis. Sin embargo, esta resistencia desde el cuidado es colectiva. Conversar abiertamente sobre los temas que nos atraviesan como mujeres negras, desahogarnos y celebrar nuestras alegrías son formas esenciales de conectar con lo que nos hace felices. Abrirnos a una red de la que, probablemente, no siempre hemos podido disfrutar.
Conocer nuestros límites
Aunque las condiciones laborales de nuestro país son precarias y muchas necesitamos tres y cuatro trabajos para sobrellevar la vida, es importante conocer nuestros límites, organizar nuestras agendas de trabajo de una manera justa y realista, y negociar con nuestrxs jefxs las prioridades y los tiempos, de modo que podamos cumplir las metas sin pagar un alto costo a nuestra salud y bienestar.
Conectar con el cuerpo
Creo firmemente que los rituales diarios de cuidado marcan una gran diferencia en nuestra conexión con el cuerpo. Prácticas como la respiración consciente, una ducha caliente, y la aplicación de cremas y aceites perfumados son formas de agradecer a mi cuerpo y de avisarle que es momento de desconectar del trabajo. Conoce mis productos y favoritos aquí.
Además, conectar con el cuerpo a través del movimiento es crucial, especialmente si tenemos trabajos sedentarios. Salir a caminar, bailar, hacer yoga, manejar bicicleta o ir al gimnasio no solo libera estrés, sino que también tiene múltiples beneficios para la salud. Comer, dormir y conectar con el placer sin culpa son grandes indicadores de bienestar. Todo esto, en la medida de nuestros alcances económicos, posibilidades y realidades, claramente.
Escribir afirmaciones
Creo que debemos replantear nuestras afirmaciones de “empoderamiento” y enfocarnos en aquellas que realmente nos impulsen a cuidarnos como mujeres negras, afrocolombianas y de la diáspora. Algunas de mis afirmaciones favoritas, aprendidas de mis amigas, son:
– “Me gusta mi trabajo, pero no es el centro de mi vida”.
– “No me estoy jugando mi valía en cada actividad laboral”.
– “Soy un ser humano y no tengo que poder con todo”.
– “Equivocarme hace parte de mi proceso de aprendizaje”.
– “Cuando puedo cuidarme, puedo cuidar mejor a los que amo”.
– “Mi valor como persona va más allá de mi capacidad de trabajo”.
– “mi trabajo es parte de mis luchas, pero no es toda mi vida”
Me gusta escribir estas afirmaciones y colocarlas en los espejos, en mi escritorio y en las paredes. También disfruto expresarlas en voz alta a las mujeres negras en mi vida. Esta reflexión y posibilidad de cambio no es individual, por eso es importante abrir esta conversación en el marco de estas conmemoraciones. ¿Cuáles son tus estrategias para escapar del paradigma de la super mujer negra?
Un abrazo hoy y siempre, para recordarnos que lo dicho en estas letras es necesario convertirlo en nuestras luchas colectivas por una sociedad más justa.